Durante las últimas semanas, el país ha sido testigo de un extraño y desagradable coctel: medidas "económicas" inspiradas en las que aplicó Mugabe para condenar a Zimbabue al último lugar en el Indice de Desarrollo Humano de la ONU; imposición ilegal de una ley Habilitante con objetivos tan genéricos que la convierten en un cheque en blanco al Ejecutivo para que haga cuanto le venga en gana; inhabilitación sin juicio ni sentencia a David Uzcátegui, al igual que antes se hizo con Richard Mardo; allanamiento de la inmunidad a la diputada Aranguren para poder conseguir lo que la corrupción no logró, que era comprar al menos a un diputado de la Unidad y así lograr la mayoría artificial que permitiera el paso a la Habilitante; la persecución contra el más fuerte aspirante a la Alcaldía de Valencia, Miguel Cocchiola; el impedimento de los vuelos a Henrique Capriles; y, para cerrar esta pequeña lista de "botones de prueba", la declaración del 8D como el día de la lealtad a Chávez, a fin de facilitar la violación de la normativa electoral en esa fecha a través de movilizaciones, cadenas y todo tipo de manifestación proselitista gobiernera.
El signo común de este coctel es la amenaza. Cada una de estas medidas ha venido acompañada por su correspondiente ladrido de intimidación y amenaza: amenaza a políticos, emprendedores, estudiantes, comerciantes, consumidores, y a la gente común. Sin duda, la amenaza y la provocación son los signos distintivos de nuestra oligarquía gobernante.
¿Qué hay detrás de tanta bravuconería e intimidación? En el fondo, todo esto es un síntoma de mucha debilidad interna. Quien tiene autoridad, sólo la aplica. En cambio, quien sólo tiene poder, necesita recurrir a la amenaza y al grito.
El madurismo tiene serios problemas de legitimidad y de fractura interna, y necesita medidas efectistas para cohesionar a los suyos, mediante la viejísima treta de buscar enemigos a quién culpar, y de asustar a los demás, para que no se den cuenta, como el que silba en la oscuridad para darse ánimos, que quien está aterrado es él.
El postchavismo no podía llegar a las elecciones del 8D, que son importantísimas para intentar lograr la legitimidad que no obtuvo el 14 de abril, sin sacudir la mesa, porque estaba perdiendo el juego. Era urgente voltear el foco de atención sobre otros para escapar a la señalización popular sobre su irresponsabilidad e indolencia.
Sin embargo, y para delicia del gobierno, empiezan a aparecer -sorpresivamente- algunas voces que dicen que a Maduro no le falta razón. Que sí, que no se puede negar que hay especuladores y que había que hacer algo contra ellos.
¿Hay especuladores en Venezuela? ¡Claro! Y en Italia, en Colombia, en Estados Unidos, en China, y hasta en las Islas Fiji. Por lo general, cuando la demanda es mucho mayor que la oferta, y en presencia de exceso de controles discrecionales sobre la actividad económica, la especulación se dispara y se sale de control. Pero por eso mismo, intentar acabarla acentuando las mismas políticas que explican su aparición, es como querer apagar un incendio con gasolina.
Las "medidas" mugabianas de Maduro son exactamente iguales a si el gobierno decidiera mañana prohibir la circulación de vehículos en el país, con el argumento de que hay muchos conductores irresponsables. O que se prohíba que la gente salga a la calle como una medida de combatir la delincuencia, porque los malandros actúan es en la calle. ¡Y que haya gente que caiga en la trampa y empiece a discutir si es verdad o no que los malandros salen a la calle o que si es cierto o no que haya conductores locos!
"Resolver" problemas como el de la especulación a la manera de Maduro, es como querer acabar con las cucarachas de una casa... ¡incendiando la casa! La discusión no es si había o no cucarachas, sino lo ridículo y catastrófico del "remedio".
Hay que ser muy ingenuo o estar muy desencarnado de la realidad venezolana para no reparar en que lo que nuestra oligarquía busca es simplemente un efectismo electoral de corto plazo. Lo grave de este "remedio" no es sólo que sea inútil, sino que al mugabizar la economía, la especulación, la escasez y la inflación, en vez de disminuir, van a aumentar, al igual que se agravará el cáncer de la división y el odio social, y se desestimulará la inversión del resto de los sectores productivos y de comercio. Una vez vacíos los anaqueles, siguiendo la tristemente célebre orden de nuestro oligarca mayor, y no haya reglas claras de juego económico, nadie va a querer invertir, ni producir, y ni siquiera importar productos. Con ello vendrá -como en Zimbabue- un alza considerable del desempleo y en consecuencia un aumento sustancial de los índices de pobreza. Recordemos que prácticamente la mitad de los casi 8 millones de personas que se desempeñan en el sector formal de la economía, lo hace en el sector comercio, justamente donde hay más incertidumbre y angustia sobre su futuro y el de sus trabajadores a partir del 1er trimestre de 2014.
Fuente: El Universal | http://ow.ly/reX7u
es una visión bien atinada sin dejar de lado un espejo internacional del desastre y a la vez una oportunidad de ver las consecuencias. estuve en Venezuela de visita por 2 meses en 2011 y pude ver sin fanatismos políticos algunos ángulos poco alentadores pero a la vez un pueblo que ya no podían convencer con solo carisma, discursos disonantes y bravuconadas.
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